El pronóstico económico de China de cara a 2025 es como mirar una hoja de cálculo caótica plagada de contradicciones. El Banco Mundial ha aumentado sus expectativas para el crecimiento del PIB del país el próximo año, incrementándolo en 0,4 puntos porcentuales hasta el 4,5%.
Eso suena bien sobre el papel. Pero si se mira más de cerca, queda claro que el optimismo pende de un hilo. Las promesas de Beijing son grandes, pero ¿los resultados? Bueno, no están exactamente a la altura de las expectativas.
Para 2024, el Banco Mundial aumentó su pronóstico del PIB al 4,9%, apenas un pelo por debajo del objetivo oficial de China del 5%. Nada mal, considerando que la economía creció un 4,8% en los primeros nueve meses del año.
Sin embargo, los problemas subyacentes (demanda interna débil, presión deflacionaria y un mercado inmobiliario golpeado) son una brutal confrontación con la realidad. El equipo económico de Beijing, encabezado por el dent Xi Jinping, ha anunciado reformas y ajustes fiscales, pero los críticos argumentan que todo son palabras y no suficiente acción.
Las dificultades económicas de China tienen sus raíces en un colapso del mercado inmobiliario que duró tres años y que destruyó la riqueza de los hogares y dejó cojeando la demanda interna. El giro de Xi hacia la manufactura y la industria de alta tecnología tampoco ha contribuido mucho a inspirar confianza.
Las exportaciones, el apoyo que mantiene la estabilidad, podrían enfrentar un gran golpe mientras Donald Trump se prepara para asumir nuevamente el cargo. Su regreso amenaza con imponer a China aranceles de hasta el 60%, lo que provocaría un agujero del tamaño de 570.000 millones de dólares en el comercio bilateral.
El Banco Mundial advierte que el estímulo tradicional no es suficiente para sacar a China de esta crisis. Se necesitan reformas más profundas en todos los ámbitos, desde la atención sanitaria hasta la educación y el sistema de pensiones. Ah, y está el sistema de registro hukou, una pesadilla burocrática que durante mucho tiempo ha sido una barrera para la movilidad económica.
Según el Banco Mundial, “las medidas convencionales no serán suficientes” para reactivar el crecimiento. Traducción: es hora de que Beijing deje de hacer soluciones rápidas y se ponga serio.
Y luego está la clase media... o lo que queda de ella. Un estudio reciente del Banco Mundial sobre la movilidad económica entre 2010 y 2021 pintó un panorama sombrío: más de 500 millones de personas corren el riesgo de salir de la clase media. El informe atribuye a China el mérito de haber sacado a 800 millones de personas de la pobreza en los últimos 40 años, un logro monumental.
Pero hoy, el 38,2% de la población está atrapada en una “clase media” vulnerable, al borde de volver a caer en la pobreza. Se trata de personas que ganan más de 6,85 dólares al día (utilizando la paridad de poder adquisitivo de 2017), pero no lo suficiente como para sentirse seguros.
El desglose es aleccionador: el 17% de los 1.400 millones de habitantes de China siguen en la pobreza, mientras que el 32,1% son considerados “clase media segura”. Eso deja a la mayoría todavía financieramente inestable.
Si los problemas internos no fueran suficientes, Xi Jinping tiene una tormenta geopolítica avecinándose. El regreso de Trump a la Casa Blanca es el escenario de pesadilla que Beijing no quería. El dent de Estados Unidos ha dejado claro que planea aumentar la presión sobre los productos chinos y endurecer los controles de exportación de tecnología avanzada como semiconductores, inteligencia artificial y computación cuántica.
La última vez que Trump aplicó su vara arancelaria, la economía de China estaba en mejor forma. Ahora, con una deuda excesiva, deflación y un desastre inmobiliario, el país es mucho más vulnerable. Y no se trata sólo de guerras comerciales. Los halcones estadounidenses están presionando para que se adopte una postura más dura respecto de Taiwán y el Mar de China Meridional, lo que genera temores de un enfrentamiento que podría rivalizar con la crisis de los misiles cubanos.
También está la cuestión de las relaciones regionales de Beijing. A lo largo de los años, el comportamiento agresivo de China en aguas en disputa y su coerción económica han acercado a los países vecinos a Estados Unidos.
Las políticas de Trump de “Estados Unidos primero”, incluidos posibles aranceles a los aliados de Asia oriental, podrían darle a Beijing una oportunidad para reconstruir algunos puentes. Pero eso requiere un compromiso, algo en lo que Xi no ha mostrado mucho interés.
La guerra en Ucrania complica aún más las cosas. La frustración de Europa por el supuesto apoyo de Beijing a Rusia ha tensado las relaciones, y el llamado de Trump a que China desempeñe un papel para poner fin al conflicto añade otra capa de complejidad.
Xi está atrapado entre la espada y la pared: presionar a Vladimir Putin para que llegue a un acuerdo y arriesgar su “mejor amistad sin límites” o alienar aún más a Europa. Y luego está el comodín que nadie vio venir: un potencial acercamiento entre Estados Unidos y Rusia.
La idea de que Trump se acerque a Moscú no es descabellada y podría significar un desastre para Beijing. Tal cambio debilitaría la amistad de Xi con Putin y al mismo tiempo liberaría recursos estadounidenses para redoblar su rivalidad con China.
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